Cuando termina nuestra labor de padres, pronto surge una nueva vida. Podemos estar ahí, con nuestro apoyo y experiencia, disfrutando de una segunda oportunidad para volver a empezar; esta vez, con una ilusión diferente y con una expectativa futura llena de ilusión y esperanza.
María fue abuela hace cinco años. Nos contó cómo disfrutaba de cada paso en la evolución de su nieta y que no recordaba haber tenido las mismas sensaciones cuando fue madre. Se queda al cuidado de su nieta de vez en cuando y se ha propuesto ir con ella a todas las actividades interesantes que hay en la ciudad. Visitar el zoológico, el parque de atracciones, el museo de la ciencia, y hasta ir a ver trenes en la estación, se ha convertido en un objetivo, cosa que no haría en absoluto si no fuera por ella. Cuando vuelve a casa, se encuentra muy animada, con energía porque su nieta le contagia la alegría de descubrir la vida.
Joaquina comenta: «Jamás pensé que fuera tan divertido, es como un renacer, es observar el mundo con la inocencia y la espontaneidad que me regala mi nieta con sus puntos de vista tan auténticos, tan frescos». Cuando habla de ella, siempre tiene una sonrisa y muchas ganas de seguir viviendo.
Nos llenan de fuerza e ilusión
«Cuando supe que tenía cáncer, me armé de valor. Sabía que me enfrentaba a una enfermedad muy seria, pero lo que más deseaba en esos momentos era llegar al nacimiento de mi nieto. Todos los días, durante mi tratamiento, me decía a mí mismo: ‘Tienes que superar esto, tienes que conocer a tu nieto’. Cuando Jorge vino a este mundo pensé que ya había conseguido lo más importante, pero mi esperanza se fue proyectando hacia el futuro y me imaginaba paseando con él, que le llevaba al fútbol, a la playa, y un sinfín de imágenes positivas se apoderaban de mí, dándome ilusión para seguir adelante. Hoy mi nieto tiene tres años y los médicos creen que he superado lo peor. Lo increíble es que me siento como un roble y feliz con mi familia, pero con mi nieto me río mucho, ya que con poco más de tres años me dice: ‘Abuelo, cuando yo sea mayor, quiero mandar mucho’, y a mí se me cae la baba» (Julián Aparicio, Madrid).
El nido vuelve a estar lleno
Llega un momento en que los hijos se van de casa para emanciparse, y en muchos casos, sobre todo en algunas madres, aparece el «síndrome del nido vacío», perdiendo el sentido de sus vidas. Tener nietos es una oportunidad de volver a sentirse útiles e importantes. Los trabajos de ambos padres, las dificultades económicas facilitan que se tenga que contar con los abuelos para cuidar de los niños. Muchas mujeres aseguran que se sienten muy bien haciéndolo aunque deban atender también a sus esposos y sus propios hogares.
Una reciente encuesta del Imserso sobre Condiciones de vida de las personas mayores, revela que más de un 70% de las mujeres con más de 65 años ha cuidado a sus nietos con anterioridad o los está cuidando. Actualmente hay un 22% de mujeres que se dedica a sus nietos y casi la mitad de ellas lo hace a diario.
Sin embargo, pese al esfuerzo, se observa que, cuando esta relación se coloca en la justa medida, es decir, los abuelos sólo son una ayuda y no los sustitutos absolutos de los padres, la situación es beneficiosa para todos, en general. Según la encuesta del Imserso y el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), también se ha podido comprobar que el sentimiento de soledad desciende cuando cuidan de sus nietos y se sienten más útiles.
Ayudar a nuestros hijos y nietos es bueno, pero tiene que haber un justo equilibrio. Es muy importante no inmiscuirnos demasiado en la vida de nuestros hijos, debemos dejar que ellos tomen el testigo en la educación y en sus decisiones. Nosotros podemos estar para apoyar y nada más que esto. Nuestros hijos ya han crecido y ahora ellos deben gobernar sus vidas y las de sus pequeños.
Nos ponen al día
Margarita tiene 70 años. La primera vez que su hijo le regaló un móvil comprendió lo lejos que se hallaba de esta cultura tecnificada de hoy en día. No sabía manejarlo, solo quería llamar y recibir llamadas. No era capaz de memorizar los diferentes usos de su móvil, incluso le daba miedo apagarlo, por si luego no sabía cómo encenderlo. Fue su nieto Juan quien, con toda la paciencia del mundo, a pesar de tener solo 12 años, le enseñó a disfrutar con su móvil. Era increíble verlos involucrados en esta tarea. Juan le decía: «Abuela, si yo sé hacerlo, tú también puedes», y hasta que Margarita no consiguió intercambiar con Juan mensajes, este no paró de hacer con ella muchas pruebas.
Que un adolescente enseñe a su abuelo a utilizar internet, a enviar correos electrónicos o a instalar un vídeo o un DVD debería ser una conducta normalizada y cotidiana. Este intercambio es sin duda muy positivo, aunque es necesario que no nos quedemos atrás y podamos disfrutar de los avances que la tecnología nos presta en estos momentos. Gracias a esta actitud puede crecer la relación y el intercambio positivo entre dos generaciones tan separadas en el tiempo. También, los jóvenes pueden sentirse importantes y útiles; los abuelos comprendidos y ayudados.
Victoria Artiach Elvira. Psicóloga clínica.