SECUENCIA PARA LA FIESTA DE CORPUS CHRISTI

En 1264. El Papa Urbano IV, quien era el Sumo Pontífice en ese momento, convocó a los más grandes teólogos de aquel tiempo que brillaban por su capacidad intelectual y espiritualidad ferviente, ellos eran San Buenaventura de la Orden de los Frailes Menores y  Santo Tomás de Aquino de la Orden de Predicadores.

Solicitó que elaborara una composición en honor del Santísimo Cuerpo y Sangre de Jesucristo, Corpus Christi y la presentaran días después, con el fin de escoger la mejor.

El primero en exponer su obra fue fray Tomás de Aquino. Serena y tranquilamente, desenrolló un pergamino y los circundantes oyeron la declamación pausada de la Secuencia compuesta por él bajo el titulo “Lauda Sion Salvatorem”.

Fray Buenaventura, quien era digno hijo del Poverello de Asís,al escuchar aquella composición de fray Tomás tomó su composición y la rasgó en dos. Los demás teólogos lo imitaron, rindiéndole tributo de esta manera a fray Tomás de Aquino con su hermosa composición.

Dicha composición es la que escuchamos año con año, en la celebración de la Eucaristía en la Solemnidad de Corpus Christi, debiéndose cantar luego del Aleluya e inmediatamente antes de la lectura (o canto) del Santo Evangelio.

TEXTO  COMPLETO DE LA SECUENCIA DE CORPUS CHRISTI

Al Salvador alabemos, que es nuestro pastor y guía.

Alabémoslo con himnos y canciones de alegría.

Alabémoslo sin límites y con nuestras fuerzas todas;

Pues tan grande es el Señor, que nuestra alabanza es poca.

Gustosos hoy aclamamos a Cristo, que es nuestro pan,

pues él es el pan de vida, que nos da vida inmortal.

Doce eran los que cenaban y les dio pan a los doce.

Doce entonces lo comieron, y, después, todos los hombres.

Sea plena la alabanza y llena de alegres cantos;

que nuestra alma se desborde en todo un concierto santo.

Hoy celebramos con gozo la gloriosa institución

de este banquete divino, el banquete del Señor.

Ésta es la nueva Pascua, Pascua del único Rey,

que termina con la alianza tan pesada de la ley.

Esto nuevo, siempre nuevo, es la luz de la verdad,

que sustituye a lo viejo con reciente claridad.

En aquella última cena Cristo hizo la maravilla

de dejar a sus amigos el memorial de su vida.

Enseñados por la Iglesia, consagramos pan y vino,

que a los hombres nos redimen, y dan fuerza en el camino.

Es un dogma del cristiano que el pan se convierte en carne,

y lo que antes era vino queda convertido en sangre.

Hay cosas que no entendemos, pues no alcanza la razón;

mas si las vemos con fe, entrarán al corazón.

Bajo símbolos diversos y en diferentes figuras,

se esconden ciertas verdades maravillosas, profundas.

Su Sangre es nuestra bebida; su Carne, nuestro alimento;

pero en el pan o en el vino Cristo está todo completo.

Quien lo come no lo rompe, no lo parte ni divide;

él es el todo y la parte; vivo está en quien lo recibe.

Puede ser tan sólo uno el que se acerca al altar,

o pueden ser multitudes: Cristo no se acabará.

Lo comen buenos y malos, con provecho diferente;

no es lo mismo tener vida que ser condenado a muerte.

A los malos les da muerte y a los buenos les da vida.

¡Qué efecto tan diferente tiene la misma comida!

Si lo parten, no te apures; sólo parten lo exterior;

en el mínimo fragmento entero late el Señor.

Cuando parten lo exterior, sólo parten lo que has visto;

no es una disminución de la persona de Cristo.

EI pan que del cielo baja es comida de viajeros.

Es un pan para los hijos. ¡No hay que tirarlo a los perros!

Isaac, el inocente, es figura de este pan,

con el cordero de Pascua y el misterioso maná.

Ten compasión de nosotros, buen pastor, pan verdadero.

Apaciéntanos y cuídanos y condúcenos al cielo.

Todo lo puedes y sabes, pastor de ovejas, divino.

 Concédenos en el cielo gozar la herencia contigo.

Amén.

Mercedes Montoya y Ana Marqués