Próximo el mes de mayo, mes de la Virgen, conocemos hoy las verdades fundamentales sobre la Madre del Señor.
Los dogmas fundamentales de la fe católica sobre María, la “madre del Señor” (Lc 1,43), son cuatro: su virginidad, su maternidad divina, su inmaculada concepción y su gloriosa asunción. Los dos primeros fueron proclamados en los primeros siglos del cristianismo; los dos últimos han sido definidos en la época moderna.
Los dogmas de la virginidad y la maternidad divina son eminentemente cristológicos, pues sin ellos el misterio de Cristo queda despojado de su verdad fundamental, a saber, la doble naturaleza de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Que María fuera, con todas las consecuencias, la madre biológica de Jesús es absolutamente necesario para afirmar la verdad de la encarnación: Jesús, nacido de mujer, es verdaderamente humano. La virginidad de María es necesaria para afirmar que este hijo nacido de ella sólo tiene por Padre a Dios. La única paternidad divina de Jesús excluye que en su concepción haya intervenido un padre humano. La ausencia de padre humano tiene como consecuencia la virginidad de la madre. La virginidad y la maternidad divina de María son condicionantes necesarios del dogma cristológico, que afirma que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre.
Los dogmas de la inmaculada y de la asunción, aunque tienen una impronta cristológica, tienen también una dimensión antropológica, pues en ellos vemos realizado lo que Dios quiere para todo ser humano, a saber, que sea santo e inmaculado en su presencia por el amor (Ef 1,4) y que su salvación integre toda su realidad humana, cuerpo y alma. Para afirmar mejor la condición divina y la función salvífica de Cristo, resulta coherente afirmar que la Virgen Madre es “llena de gracia” (Lc 1,28). Esta plenitud de gracia de María ilumina el misterio del ser humano, llamado a vivir sin pecado, a ser santo e inmaculado. La dimensión cristológica del dogma tiene una perspectiva antropológica fundamental, tal como dice el Vaticano II: en María “la Iglesia contempla con gozo, como en una imagen purísima, aquello que ella misma, toda entera, desea y espera ser” (SC, 103).
Bien entendido, este dogma puede tener un alcance ecuménico inesperado, hasta el punto de que, como le escuché a un eminente teólogo, en una conferencia pronunciada en Valencia, la inmaculada es el dogma más luterano de la fe católica, puesto que afirma la primacía absoluta de la gracia de Dios. En efecto, la primera bendición de Dios hacia todos y cada uno de los seres humanos es habernos elegido para ser “santos e inmaculados en su presencia por el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos” (Ef 1,4-5). “Eligiéndonos de antemano”: Dios siempre está primero frente a cualquier pretensión humana; él ama primero y ama más. Otra cosa es la respuesta que podamos dar a su amor. En el caso de María, la respuesta fue totalmente positiva, sin ningún asomo de no amor.
Por otra parte, la Asunción de María muestra el destino final de toda criatura humana, a saber, el gozo de la bienaventuranza divina. También este destino apela a la responsabilidad de cada uno, que puede o no aceptar esta meta.