La carreta detrás de los bueyes

Juan Pedro Rivero González es Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife   

Suele ocurrir; cuando se llenan las agendas, cuando escasea el tiempo y son muchas las cosas que debemos hacer, en la inmensa mayoría de los casos, la dificultad deriva de una mala organización de actividades. La cantidad nos obsesiona y desaparece la lógica de las prioridades. Quienes miran desde fuera, usando el dicho popular, nos suelen recordar que “la carreta va detrás de los bueyes”.

Hay un compañero que suele recordarme que “el orden nos ordena”. No sé si lo vive con la misma intensidad con la que lo dice, pero he de reconocer que tiene razón. Mucho de nuestros agobios o situaciones de estrés, están derivadas más del desorden en el que situamos las prioridades que de la cantidad de actividades que desarrollamos. Es lógico ordenar la carreta de tal forma que los bueyes tiren de ella, y no sea la carreta la que tire de los bueyes. ¡El sentido común al poder!

No es neutra, en este sentido, la forma con la que ordenemos el discurso. Porque los derechos son el objeto de reivindicación, pero el sujeto titular de esos derechos, tantas veces vulnerados, es la persona. De tal manera que sin persona no existiría derechos. O sea, que, sin una seria preocupación por las personas, la reclamación de los derechos se convierte en una hipócrita proclama. Nunca la vivienda, o la salud, o la educación, o la alimentación, etc., serían derechos fundamentales, si no existiera una persona que sufre esta vulneración. El orden nos ordena…

Con cierta frecuencia escuchamos válidos esfuerzos por mantener una mirada de derechos a la hora de intervenir en acciones sociales, que tienen detrás una profunda preocupación por el desarrollo integral de las personas. Luchar por el bien de las personas exige una actitud previa de colocar a la persona en el centro de nuestra reflexión y de nuestra acción.

Aquella crítica de D. Agustín Yanes que nos disgustaba -por verdadera, evidentemente- de que nos llenábamos la boca hablando de la pobreza y de los pobres, pero que no hablábamos con los pobres, sigue estando vigente si olvidamos a quiénes hemos de situar en el centro de nuestra preocupación. La persona siempre en el centro.

Porque, ¿qué es antes en el orden lógico de la reivindicación? ¿La vida o la salud? ¿De qué me sirve tener el mejor de los sistemas sanitarios posibles si no hay ni un euro dedicado a apoyar a la mujer embarazada en dificultad? Hasta que no nace el bebé, nada de nada. Un ejemplo que puede servirnos de elocuente desorden en políticas sociales. Si no se vive o no se defiende la vida, ¿para qué quiero un derecho a la salud? Los bueyes delante de la carreta…

Y ya en el clímax de la locura y el desorden, considerar derecho la eliminación de una persona humana, aunque no haya nacido aún. Nada que añadir a la lógica de dejar que sea la carreta, sin bueyes, sin yugo y sin coyunda, la que guíe los destinos de este arrastre que se desliza hacia no se sabe dónde.

La ceguera psicológica y espiritual es también un efecto depravado de una preocupación exclusiva por mirar que las necesidades humanas son solo de índole material.

Los bueyes, siempre, delante de la carreta

Dilema social: eutanasia versus cuidados paliativos

 

La Carta Samaritanus bonus de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida y el Documento de la Conferencia Episcopal Española Sembradores de Esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de esta vida, recogen el sentir de la Iglesia Católica en este tema tan controvertido.

José Mazuelos, medico, obispo de Canarias y presidente de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal Española (CEE), ha criticado la «inhumana» ley de eutanasia y ha opinado que quien quiera matarse puede hacerlo sin involucrar a un profesional de la medicina. Aclara que tan malo es provocar la muerte como el encarnizamiento terapéutico.

La Eutanasia es  fruto de un individualismo radical incoherente antropológicamente, en la falacia de mi cuerpo es mío y yo decido lo que tengo que hacer con él. La cruda realidad es que la solicitud de eutanasia no se realiza en un estado de libertad, no te dejan escoger Cuidados paliativos o Eutanasia, porque el Estado no invierte en cuidados paliativos y ayudas a las familias en este difícil trance.

Desde el Estado nos tratan de imponer una visión de la economía del descarte, lo que no aporta se desecha para que no constituya un gasto.

Nos encontramos ante la extrema necesidad de humanizar la muerte  porque no hay enfermos incuidables, aunque sean incurables, los cuidados paliativos y la ayuda a la familia para que puedan acompañar al enfermo terminal hasta su final natural son una necesidad imperiosa en el momento actual.

Por otra parte está la incoherencia de querer uno mismo tomar sus propias decisiones pero que sea el Estado, a través de los médicos los que la lleven a cabo. El Obispo de Canarias añadía: «Ahora vienen con una ley que dice ‘hago con mi vida lo que me da la gana“, pero tienes que venir tú a matarme, tiene que venir el Estado a través de los médicos. Si usted me lo reivindica desde el individualismo radical, ¿cómo me reivindica usted la dimensión social? ¿Que yo tengo una obligación de matarlo? No. Matarse se puede matar todo el que quiera, es un poder que todos tenemos: abrimos el gas y nos quedamos dormiditos la mar de dulce.

En este enlace puedes acceder al video de D. José Mazuelos explicando el tema, son solo 10 minutos.

https://drive.google.com/file/d/11ABv2PercPRhoKZsz5P0pXwxs-2bq_up/view?usp=drivesdk

 

Santa Anna Schäffer intercesora en la pastoral de cuidados paliativos

 Los santos son para los católicos ejemplo en el cual mirarnos y Santa Anna chäffer, mística y con estigmas, es «intercesora en la pastoral de cuidados paliativos»

Vivó entre 1882 y 1925 fue una mujer, en cuerpo y alma, llamada a ofrecerse en expiación por los pecados del mundo.

Mística, con visiones y estigmas, su vida llena de dolores es un auténtico desafío al mundo de hoy más preocupado por culto al cuerpo y a la salud que por su bien espiritual.

Cuando fue canonizada por el Papa Benedicto XVI ya se le habían atribuido cientos y cientos de milagros, y el Papa mismo pidió “que su intercesión intensifique la pastoral de los enfermos en cuidados paliativos”.

Santa Anna Schäffer

Os contamos algo de la vida de esta mística desconocida para muchos:

 

Con 11 años recibió su Primera Comunión y en ese mismo día Anna tuvo una profunda experiencia de Dios. Ese día escribió una carta a Jesús, en la que le hacía algunas importantes promesas: “Jesús mío, hazme holocausto por todas las deshonras y ofensas que se cometen contra Ti”.

El 4 de febrero de 1901, Anna y otra criada lavaban la ropa en una caldera con agua y lejía hirviendo. En un momento dado, el tubo de la caldera se soltó y Anna se encaramó encima para colocarlo correctamente. En ese momento resbaló y se precipitó en la caldera quemándose las piernas hasta las rodillas. Contra todo pronóstico no murió

En la nueva situación Anna vio claro que su momento había llegado. Así que, fiel a su consagración al amor de Cristo, decidió que su sufrimiento no fuera en vano, por lo que ofreció su vida y su dolor al Señor como una expiación por los pecados y desagravio a Jesús. Su vida fue oración, penitencia y expiación.

El 4 de octubre de 1910 tuvo unas nuevas visiones que ella llamó “sueños” en los que Jesús le confirmó su plan: “Te he aceptado para expiación de mi Santísimo Sacramento”. En la mañana de ese día, mientras recibía la Sagrada Comunión de manos de su párroco, cinco rayos de fuego, como relámpagos, golpearon sus manos, pies y corazón: “Inmediatamente comenzó un dolor inmenso en estas partes del cuerpo, que ella sufrió sin interrupción.

Éxtasis, amor y más dolor

Con esto, el Señor ennobleció el sufrimiento de Anna uniéndolo al suyo. Ella misma le imitaba, no en la rebeldía ni en el cuestionamiento, sino en la entrega, en el espíritu de sacrificio, en el amor, como Cristo en la cruz: “¡En el sufrimiento aprendí a amarte!”, escribió entonces.

Unos años más tarde, el día de san Marcos de 1923, entró en éxtasis y padeció los sufrimientos del Viernes Santo. Su salud se deterioró rápidamente: parálisis espástica de las piernas, calambres severos por una dolencia en la médula espinal y cáncer en los intestinos. Muchos se preguntan cómo Anna podía soportar tanto sufrimiento.

Pero aún empeora: se cae y sufre lesiones cerebrales, lo que afecta gravemente su capacidad para hablar. Desde este momento ella también llevó ocultos los estigmas de Cristo.

La fuerza la obtuvo de la Eucaristía casi diaria: “No hay pluma con la que pueda escribir lo feliz que soy después de cada Comunión… En estos momentos estoy tan feliz que no quiero cambiar mi lecho de sufrimiento por ningún otro”. Está claro que el Señor no solo colocó pesadas cruces sobre ella, sino que también le dio consuelo celestial.

Anna creció más y más en su amor a Jesucristo, lo que le permitió dedicarse a las necesidades e intenciones de los demás. Ella, desde su lecho, escribió cartas de aliento, recibió numerosos visitantes y oraba por quien se lo pedía. El 5 de octubre de 1925 murió orando, una vez más, con sus últimas fuerzas: “¡Jesús, te amo!”.

Este tema también preocupa al Santo Padre que ha preparado un video del que os dejamos el enlace,  “por una respuesta Cristiana a los retos de la Bioética” es muy interesante, no os lo perdáis.

https://youtu.be/kjufGLoBSoE

Catequesis del Papa sobre la vejez (III). El mundo necesita jóvenes fuertes y ancianos sabios

El miércoles 16 de marzo, el Santo Padre se preguntaba: ¿en qué sentido la vejez puede salvar al mundo?

 

 

Y reflexionó sobre la figura de Noé como ejemplo de la vejez que genera vida, que no se queja, ni recrimina, sino que mira al futuro  con confianza, respeta la creación y cuida la vida de todos.

Continuó diciendo: “La vejez está en condiciones de captar el engaño de esta normalización de una vida obsesionada por el disfrute y vacía de interioridad:. Una vida sin pensamiento, sin sacrificio, sin interioridad, sin belleza, sin verdad, sin justicia, sin amor”.

Leer completo en:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/events/event.dir.html/content/vaticanevents/es/2022/3/16/udienzagenerale.html

 

Con el lema «Acoger y cuidar la vida, don de Dios», la Iglesia celebra el 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor, la Jornada por la Vida.

La solemnidad de la Anunciación del Señor es una fiesta navideña, aunque esté fuera del tiempo de Navidad: nueve meses antes de su nacimiento, tiene lugar la encarnación de Jesús en el seno de la Virgen María.

En Oriente se encuentran testimonios de esta fiesta desde a mediados del siglo VI. En Roma se celebra a partir del siglo VII.

Una nueva historia

La Anunciación es la fiesta del Señor que se encarnó en el seno de María, iniciando una nueva historia. Es interesante observar que Dios no envía al ángel a Jerusalén, al templo, sino a Galilea, una región despreciada como refugio de paganos incrédulos. A Nazaret, una ciudad que no menciona el Antiguo Testamento.

El valor de María

Ante el anuncio, María reflexiona, entra en diálogo consigo misma y con el ángel, y pregunta por el sentido de sus palabras y la forma en que se realizarán. María no se deja llevar por las emociones. Aparece como una mujer valiente que ante lo inaudito mantiene el autocontrol. Y, a la luz de Dios, evalúa y decide.

La acción del Espíritu Santo

Es el Espíritu quien reviste la vida de María, haciéndola apta para su misión. Lo hará aquí y lo hará en el Cenáculo: María, mujer revestida del Espíritu, gracias a la cual y en la cual todo se hace posible.

El «hágase» de María

El «Fiat» de María transforma su humilde casa en la Casa de Dios, y a ella misma en el Tabernáculo del Santísimo Jesús. Bastó un «Aquí estoy», una señal de disponibilidad, sabiendo confiar en la acción del Espíritu Santo. Y Dios entró en la historia aceptando hacerse historia en la vida de los que dijeron y seguirán diciendo «aquí estoy».

Coordenadas de María

La primera coordenada de María es creer: confiar y encomendarse a Dios, segura de que en Él nada es imposible. Dios no teme el tiempo del desconcierto, de la reflexión, de la comprensión: Dios no obliga a la libertad, sino que educa a la libertad, para que cada uno pueda decir su “Aquí estoy”.

La segunda coordenada es aceptar entrar en el tiempo de Dios, en sus ritmos; un «tiempo», que no es simplemente el paso de las horas, sino que es el tiempo oportuno, el tiempo pleno, el tiempo de la oportunidad, el tiempo de la gracia.

¿Cuál es el mensaje de los obispos?

Los obispos de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida explican en su mensaje de este año que en la solemnidad de la Anunciación celebramos que el «sí» de la Virgen María se ha convertido en la puerta que nos ha abierto todos los tesoros de la redención.

Y puntualizan, «en este sentido acoger la vida humana es el comienzo de la salvación, porque supone acoger el primer don de Dios, fundamento de todos los dones de la salvación; de ahí el empeño de la Iglesia en defender el don de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, puesto que cada vida es un don de Dios y está llamada a alcanzar la plenitud del amor«.

Por eso, «acoger y cuidar cada vida, especialmente en los momentos en los que la persona es más vulnerable, se convierte así en signo de apertura a todos los dones de Dios y testimonio de humanidad; lo que implica también custodiar la dignidad de la vida humana, luchando por erradicar situaciones en las que es puesta en riesgo: esclavitud, trata, cárceles inhumanas, guerras, delincuencia, maltrato».

El cristiano, centinela del Evangelio de la vida

Los obispos lamentan que se permita jurídicamente y se promueva la eliminación de la vida por criterios económicos o utilitarios, alegando «humanidad» y desde el emotivismo. Sin embargo, afirman «lo cierto es que acabar con una vida humana es lo más contrario a la verdadera humanidad».

 En esta situación hacen una llamada a acoger y cuidar la vida, principalmente la que se encuentra en una situación de mayor vulnerabilidad, como es el caso de los concebidos no nacidos o de los más enfermos o ancianos.

Especialmente invitan a los cristianos a ser «centinelas» del Evangelio de la vida, porque son testigos de su belleza como don de Dios, y porque vigilan para salvaguardarla de cualquier atentado o manipulación.

Ser «centinela» implica según los obispos, «tomar conciencia de la necesidad de formarnos y de formar a las generaciones más jóvenes para conocer y comprender la verdad del hombre, creado por Dios, llamado a amar y ser amado en plenitud. De ahí la importancia de una correcta formación de la afectividad y la sexualidad, como elementos constitutivos del ser humano que definen su identidad».

Los obispos dedican la última parte de su mensaje a María, que acogió «la suprema donación del que se entregó por nosotros hasta la muerte para darnos vida eterna» y que se convirtió en una mujer «que acompaña la vida del que sufre en la esperanza de la victoria de la resurrección y modelo de todo aquel que cuida de los hermanos enfermos o en precariedad».

El Santo de la semana: San José

Celebramos su festividad el 19 de Marzo de cada año, Día de San José.

La devoción hacia él, comenzó en el s. IV en Oriente. Va surgiendo entre carpinteros que lo tenían como patrono, y va poco a poco extendiéndose hasta llegar a Santa Teresa de Jesús, muy conocida entre nosotros.

El 8 de Diciembre de 2020 el Papa Francisco con motivo del 150º aniversario de la declaración de San José, como «Patrono de la Iglesia», escribe la Carta Apostólica «Patris Corde» (Con corazón de padre).

Con el Papa Sixto IV se introduce su fiesta en el calendario romano el 19 de Marzo. Es Gregorio V quien la estableció en 1621 fiesta de precepto (celebración que se mantuvo hasta la reforma litúrgica del Vaticano II). A partir de entonces, van naciendo las primeras congregaciones que llevaran su nombre.

En 1870, el Papa Pío IX, declaró a San José «Patrono de la Iglesia Universal«, modelo de padre y esposo custodio de la Sagrada Familia; Juan XXIII introdujo su nombre en el canon de la misa; Pío XII lo presentó como «Patrono de los trabajadores» y San Juan Pablo II como «Custodio del Redentor«, también muy querido por el pueblo se le conoce como «Patrono de la buena muerte«.

Todo lo que sabemos de San José, lo podemos entrever en la Biblia, especialmente en los evangelios de San Mateo y San Lucas.

Su silencio lo caracteriza y es precisamente a través de sus obras, de sus actos de fe, confianza, y sobre todo de su amor, lo que nos descubren a San José, como un gran santo.

Dios le encomendó ser el padre adoptivo del niño Jesús y esposo de la Virgen María, un privilegio y una gran responsabilidad, el santo custodio de la Sagrada Familia.

Vivió de forma sencilla, realizando en su vida cotidiana la misión que el Padre le había encomendado de la manera más perfecta posible, contribuyendo de este modo a la realización del proyecto de la salvación de Dios.

La vida de San José fue una vida de oración y silencio permaneciendo de este modo en diálogo con Dios; trabajador y honesto para mantener a su familia; padre y esposo, lleno de amor y compasión; obediente y de una profunda fe dejándose llevar en manos de Dios; hombre justo y casto, cuya imagen vemos representada por la azucena en la mano, símbolo de pureza y de su estado virginal, en la iconograadía del arte cristiano.

Podríamos decir que la vida de San José, fue una peregrinación en la fe, que al igual que María, ambos permanecieron fieles hasta el final, en lo que se le había encomendado.

Virtudes destacadas de San José

Paternidad

«José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21).

En esta cita bíblica se halla el núcleo central sobre San José. Fueron destacables entre otras virtudes, su obediencia y humildad, realizó lo mandado por el ángel y tomó a María con todo el misterio de la maternidad.

Se abre en esta disponibilidad y entrega absoluta al designio de Dios, que le pide el servicio de su paternidad, cooperando de este modo en el gran misterio de la redención; toda la vida de Jesús le ha sido confiada a su custodia.

En los evangelios se puede ver la tarea paterna de San José, realizada en los gestos que forman parte de la vida familiar: en su nacimiento, la circuncisión, la presentación de Jesús en el Templo… cada acontecimiento que se va desarrollando sobre su vida.

Se le ordena poner el nombre de Jesús, aunque no fuera fruto suyo, de esta manera declara su paternidad legalmente y proclamando su nombre define también su misión salvadora: «Y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21).

El Papa Francisco en la Carta Apostólica «Patris Corde« menciona la cita de Pablo VI donde se observa la paternidad manifestada concretamente «al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que le está unida; al haber utilizado la autoridad legal, que le correspondía en la Sagrada Familia, para hacer de ella un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; al haber convertido su vocación humana de amor doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad en el amor puesto al servicio del Mesías nacido en su casa» (Patris Corde, 1).

Obediencia y fe

Vemos en su persona como obedecía con docilidad, y siempre estaba oyente a la voz de Dios. En cada circunstancia de su vida se ve la respuesta dirigida hacia esta voluntad.

A través de sus sueños, se le reveló lo que tenía que hacer y se observa en él su obediencia sin pensar en las dificultades. Por la fe acató los caminos de Dios, en esa confianza que el Padre había depositado en él, al elegirlo padre de su hijo.

Acoge a María como le dice el ángel, deja a un lado sus propios razonamientos y asume lo que se le dice. Nos enseña a acoger lo que se nos da en nuestra propia vida, aunque no comprendamos.

«La acogida es un modo por el que se manifiesta en nuestra vida el don de la fortaleza que nos viene del Espíritu Santo. Solo el Señor puede darnos la fuerza para acoger la vida tal como es, para hacer sitio incluso a esa parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la existencia» (Patris Corde, 4).

Se entregó completamente a esta misión que le encomendaba y puso su vida al servicio de ello.

Durante ella le acompañaron dolores y gozos pero su fe y obediencia les conducía siempre en la confianza de que Dios estaba ahí.

Nos enseña a creer en Dios, a tener fe aún en medio de las dificultades, miedos, debilidades, por tanto, es necesario entonces, dejarnos abandonar en Él, para que lleve nuestra vida, porque Él tiene siempre la última palabra y su mirada es más amplia que la nuestra.

Aceptó todo por amor. Vemos como al igual que María, en cada circunstancia de la vida de José pronuncia también su «FIAT».

«Aceptó como verdad proveniente de Dios lo que ella ya había aceptado en la anunciación… Cuando Dios revela hay que prestarle «la obediencia de la fe», por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por él» (Redemptoris custos II).

Trabajo y silencio

San José se caracterizó por su silencio. Un silencio respetuoso y puesto al servicio de la escucha. Este silencio ayuda a tener una mirada hacia dentro para meditar y conocer la voluntad de Dios.

El Papa Benedicto dijo «dejémonos invadir por el silencio de San José«, el ruido nos impide escuchar o percibir las grandes verdades de la vida.

Su trabajo estaba envuelto en este silencio, era un humilde carpintero que bajo el esfuerzo de su trabajo, supo responder con fidelidad el cumplimiento de sus deberes, en un constante servicio.

El trabajo es un elemento fundamental para la dignidad de la persona y él nos enseña a hacer un trabajo justo, donde todos los dones que hemos recibido de Dios los ponemos a su servicio.

«…José acercó el trabajo humano al misterio de la redención» (Redemptoris custos IV). Por ello, los trabajadores están invitados a imitarle. Es posible servir a Cristo por medio de nuestro trabajo. «Todo cuánto que, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres…» (Col 3, 23s)

Custodio de la Iglesia

Al igual que estuvo al cuidado de Jesús y María, como padre y esposo, con un corazón que fue capaz de amar y proteger al hijo de Dios y a su Madre, es por ello que se le encomienda también la Iglesia, su cuerpo místico.

Se encomienda a su protección y se le pide al igual que Él hizo, que su Iglesia colabore fielmente en la obra de la salvación siguiendo su ejemplo y pidiendo su intercesión.

Tarea que en la Iglesia compete a todos y a cada uno en su estado y tarea de vida.

«José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre» (Patris Corde, 5).

Qué nos dice a nosotros

A modo de conclusión, podemos ver cómo San José lo hizo todo ante los ojos de Dios, al que sirvió ejemplarmente.

Por lo tanto, la perfección y nuestro actuar como cristianos, en realidad se da en el cumplimiento de lo que Dios quiere de nosotros.

Con su ejemplo de vida nos enseña a amar, orar, sufrir, actuar rectamente para dar gloria a Dios con nuestra vida, en cada día que se nos da.

No es tan importante hacer «grandes cosas» sino hacer bien la tarea que debemos hacer.

«El participó en este misterio junto con Ella, comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico, siendo depositario del mismo amor, por cuyo poder el eterno Padre «nos predestino a la adopción de hijos suyos por Jesucristo» (Ef 1,5) » (Redemptoris Custos, Introducción).

Por lo tanto, la fe y el amor con que cada cual va tejiendo su vida en el día a día es importante. Vivir con docilidad la voluntad del Padre, es vivir con un corazón agradecido por todo lo que recibimos, ser conscientes de la misión que se nos encomienda y ser fieles a ese llamamiento.

Nos enseña a ser grandes desde la pequeñez como María (caridad), nos invita a confiar en el creador aunque aparentemente las cosas vayan en contra (fe) y nos induce a ponernos en camino apoyados en el cayado de la esperanza..

NOTICIAS DEL ENCUENTRO: CAMINO DE COMPOSTELA

 

Para el próximo día 1 de octubre Vida Ascendente está preparando el I ENCUENTRO INTERNACIONAL DE MAYORES, en los días previos tendremos todo un programa de actividades  religiosas y culturales. desde el día 26 de septiembre nos conducirán a  Santiago.

El punto de encuentro será el Santuario de Fátima donde tendremos tiempo para la espiritualidad y también el ocio, una vez puestos bajo el manto de María  nos pondremos en camino a   Santiago de Compostela.

Serán días en los que nos haremos visibles a la sociedad, diremos con nuestros actos que los mayores estamos activos y que nos mueve el Señor, Que  necesitamos la espiritualidad como el comer, y que cuando se hacen las cosas con amigos todo va mucho mejor, poniendo de manifiesto los tres pilares de Vida Ascendente, Espiritualidad, Apostolado y Amistad.

Para los que no conozcáis Vida Ascendente os podemos decir que es un Movimiento de apostolado seglar que surge en 1952,. En las periferias de París pequeños grupos de personas jubiladas y mayores se reunían para orar y discernir a la luz del Espíritu, cuál era la misión que a su edad podían desempeñar en la Iglesia y en la Sociedad… Era el germen de Vida Ascendente, en francés Vie Montante.

Vida Ascendente se implantó en España en el año 1979, y hoy está funcionando ya en prácticamente todas las diócesis.

El 21 de noviembre de 1986, la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española erigió Vida Ascendente como Asociación pública de fieles, y aprobó los Estatutos del Movimiento.

En 1996, tuvo lugar la promulgación del Decreto Pontificio de reconocimiento y aprobación de los Estatutos de «Vie Montante Internationale».

Con este Encuentro Internacional de Mayores nos proponemos:

  1. Elevar una plegaria agradecida a Dios que no nos ha dejado de su mano durante este tiempo de prueba.
  2. Visibilizar a tantas personas mayores que han sufrido y siguen sufriendo la soledad, el abandono de los suyos y el descarte por parte de una sociedad donde el individualismo hedonista se hace cada vez más fuerte.
  3. Testimoniar la presencia silenciosa de tantos mayores que a pesar de sus debilidades siguen aportando experiencia, ilusión y compromiso con la Iglesia y con la sociedad, a la que todavía tenemos mucho que aportar.

Desde este medio queremos ir informándoos de las noticias que se vayan produciendo  al paso del tiempo.

Uno de los platos fuertes de la peregrinación será la Vigilia de oración en acción de gracias tras la Pandemia en el Auditorio de Galicia en Santiago, que será presidida por el Nuncio  apostólico en España, D. Bernardito Cleopas Auza, que  ya ha confirmado su asistencia.

Pero además tendemos  excursiones a distintos lugares de la geografía gallega y más actividades de las que puntualmente os iremos informando.

Dos ancianos huyen solos de la guerra: desde Ucrania a Zaragoza con agua y un abrigo

 

Los dos abuelos que huyen de la guerra abierta en  Ucrania por la invasión de Rusia abandonando su casa y lo poco que tienen.

Los ucranianos Luzmilag, de 72 años y Olekzander, de 74 / Cedida

 

Es una historia tan real como lo cuenta Lilia, la nieta de estos dos ancianos. “Salieron hace dos días con lo puesto. Apagaron la luz y el gas y cogieron una mochila, agua y el abrigo”, relata Lilia desde ZaragozaEn esa mochila, Luzmilag, de 72 años y Olekzander, de 74, llevan medicinas para paliar los dolores de piernas y espalda que sufre Olekzander. “Mi abuelo tiene que estar más tumbado que en pie por los dolores de piernas que sufre. Está siendo un viaje duro para ellos“, explica esta joven zaragozana.

Ternópil, una pequeña localidad ucraniana al oeste del país, donde vivían estos ancianos, estaba acogiendo a ucranianos de otros puntos del país. “Estaban solos y unos vecinos les ofrecieron la posibilidad de salir de la ciudad en coche”, dice Lilia.

Finalmente, por insistencia de su hija, que vive en Soria, cerraron su casa de toda la vida y se fueron hace dos días. “Han llegado a Rumania entre la nieve y el frío, soportando dolores y un camino de más de tres días en coche y otra parte más caminando. Todavía deben viajar a Viena, donde cogerán un avión hasta Madrid, y luego en Zaragoza pediremos asilo para ellos”, afirma Lilia.

DE TRABAJAR PARA RUSOS A HUIR DE ELLOS

Se da la circunstancia de que Olekzander, de 74 años, ha dedicado su vida a trabajar en la industria textil de la antigua Unión Soviética, haciendo todo tipo de trajes y diseños para el gobierno y ejército ruso. Hoy, con una pensión de apenas 80 euros mensuales, ve cómo su casa es atacada por el mismo país para el que trabajó toda su vida.

“Es así de contradictorio pero es una realidad que viven muchos ucranianos”, afirma la nieta de Olekzander. A los 80 euros de pensión de Olekzander se unen los poco más de 50 que cobra su mujer. Por suerte su casa fue cedida por la antigua URSS por ser trabajadores del antiguo Gobierno Soviético. “Les dieron una pequeña vivienda social, y lo que pagan son los gastos de luz, gas y agua que tienen en esa casa“, explica Lilia.

Ahora, su hija y su nieta siguen atentamente cada noticia que les llega de este matrimonio de septuagenarios. “Aunque ya estén fuera de Ucrania, son mayores y tienen muchos problemas físicos. No es un viaje que puedan hacer fácilmente y probablemente no estén descansando ni comiendo como deberían”, relata Lilia desde Zaragoza.

Gracias al dinero que les mandaron desde España esperan llegar a Madrid en los próximos días y empezar de cero con su familia en otro país, dejando atrás su vida. “Mi madre está triste pero también muy nerviosa. Ya no pensamos en su casa o lo que tienen, sino en que lleguen sanos y salvos”.

En los próximos días conoceremos el desenlace de un viaje que truncó el día a día de estos dos ancianos. Tuvieron que dejar todos sus recuerdos y salir huyendo de su casa sin entender todavía el porqué de una guerra que ya ha truncado demasiadas vidas.

Por Enrique Labiano @EnriqueLabiano 2 marzo, 2022

 Visto en Hoy Aragón

Por tantos, colaborar con la Iglesia Católica

Xtantos es una llamada a contribuir  con la labor de la Iglesia Católica.

 

En 2021  Ocho millones y medio  de personas marcaron la casilla de la asignación a la Iglesia Católica, el pasado año la cifra aumento en 40.078 de declaraciones con la X en la casilla a favor de la aportación a la Iglesia Católica, respecto al año anterior, aunque la cifra total en Euros disminuyó   en   cinco  millones y medio  de Euros por la menor recaudación, ahora, antes de que dé comienzo la nueva campaña de la Renta es el momento de dar las Gracias, y  han confeccionado un precioso video llamado «El Viaje de la X».

Os dejamos el enlace para que os sea más fácil acceder

https://youtu.be/isBr5girkJY

Ciclo de Catequesis del Papa sobre la vejez (II)

                                                                                                        

  En su catequesis del 2 de marzo, Miércoles de Ceniza, comienzo del tiempo litúrgico de la Cuaresma y Jornada de Ayuno y oración por la paz en Ucrania,

 

 

Francisco invitó a descubrir la belleza del ritmo de  la vida de los ancianos, a “perder tiempo “con los niños y las personas mayores.

Francisco animó a Buscar el diálogo entre generaciones como exigencia humana para descifrar las experiencias y confrontarse con los enigmas de la vida” considerando indispensable la alianza entre generaciones.

Al proponer que imaginemos una ciudad donde la convivencia de las diferentes edades forme parte integral del proyecto global de su hábitat,

Francisco aseveró que “la superposición de las generaciones se convertiría en fuente de energía para un humanismo verdaderamente visible y vivible”, en contraposición, aludió a la ciudad moderna y cómo tiende a ser más hostil con los  ancianos.

Puedes leer el texto íntegro en el siguiente enlace:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20220302-udienza-generale.html

El Santo de la Semana: San Juan de Dios

San Juan de Dios. Casarrubios del Monte (Toledo), 1495 – Granada, 8.III.1550. Confesor, fundador de la Orden Hospitalaria (OH), iniciador del hospital moderno, padre de los pobres, icono de caridad, profeta de la hospitalidad, patrón universal de los enfermos, enfermeros, hospitales y bomberos y copatrón de la ciudad de Granada.

Nació en el seno de una familia media en Casarrubios del Monte (Toledo) en 1495. No se sabe el nombre de los padres solo que su madre era cristiana y su padre judío. Fue llevado en sus primeros años a Portugal

A los ocho años lo trajo un clérigo de nuevo a España y lo dejó en Oropesa (Toledo), donde vivió y trabajó hasta 1532, en casa del mayordomo del conde de Oropesa, Francisco Mayoral. Allí recibió una educación cristiana y estudios propios de su tiempo, que compartió con su paisano y amigo san Alonso de Orozco, en el mismo ambiente y familia.

Trabajó como zagal y pastor en las mesnadas del conde de Oropesa, ocupándose de llevar y traer bastimento y lo que era menester para los pastores con toda diligencia. Fue muy apreciado y querido por todos.

A los veintiocho años, en 1523, quiso servir al emperador Carlos V en la defensa de Fuenterrabía,  pero la crudeza de la vida en con la soldadesca hizo que pronto retornó a Oropesa a casa de su amo Francisco Mayoral y tornar a la vida quieta de pastor, más segura que la de soldado en la guerra.

Su amo lo recibió con mucha alegría, ya que lo quería como a un hijo y Juan siempre se había mostrado fiel y diligente. Como joven inquieto y con poca experiencia decidió enrolarse como soldado del conde de Oropesa, en el año 1529, tras haber tenido noticia de que el conde partía a Hungría, a la defensa católica de Viena contra el enemigo musulmán turco, a favor del emperador Carlos V. Juan pudo saludar al Emperador en persona cuando Carlos V entró en Viena el 24 de septiembre de 1532 y pasó revista a las tropas españolas. Regresó de Viena el 4 de octubre de 1532, con el conde de Oropesa. Juan desembarcó en La Coruña.

Fue de peregrinación a Santiago de Compostela. Sintió el cansancio del camino, el duro trabajo, el sufrimiento, la soledad de la vida, la alegría de la reconciliación, la paz de su alma al encuentro con Dios. Sintió una felicidad en su soledad; confortado con los sacramentos de la penitencia y comunión, recobró fortaleza para proseguir su camino con la bendición del apóstol.

A finales del año 1532 realizó el viaje al que creía su pueblo, Montemor (Portugal). Todo el camino lo hizo a pie. Llegó allí para localizar a sus padres y a su familia, pero nadie los conocía. Localizó a un tío suyo y, al saber la realidad familiar, cambió de rumbo total su vida de zagal, pastor y soldado. No regresó ya a Oropesa en los últimos días del año 1532; volvió por Ayamonte y se dirigió a Sevilla, donde ejerció como pastor guardando las ovejas de Leonor de Zúñiga, madre del duque de Medina Sidonia-

Juan se dirigió a África a la ciudad de Ceuta para dejar “el mundo”. Se embarcó en Gibraltar. Llegó a Ceuta los primeros días de 1533 y permaneció allí unos meses. Trabajó en las fortificaciones como peón albañil para socorrer con su salario al caballero portugués desterrado y a toda su familia. Juan presenció un drama: la pérdida de la fe de un compañero que pasó de católico a musulmán. Rezó a la santísima Virgen María por la vuelta de su amigo a la fe cristiana. Pidió auxilio y consejo a los padres franciscanos.

Un padre docto le escuchó en confesión y, al conocer su historia, ante el peligro que Juan corría, le mandó volver a España. Juan obedeció y regresó a finales del verano de 1533. Desembarcó en Gibraltar. Se preparó e hizo una confesión general; dedicaba largo tiempo a la oración y meditación y pedía a nuestro Señor, con lágrimas, perdón de sus pecados y que le encaminase en lo que había de servir.

Finalmente, Juan decidió trabajar como vendedor de libros, oficio con el que no obtenía mucho dinero. Fueron los oficios de catequista y de librero, este último desde agosto hasta finales de octubre de 1533, los que le llevaron de la mano hasta la ciudad de Granada.

A su paso por Gaucín, le ocurrió lo que cuenta la bellísima leyenda áurea del Niño de Gaucín, que salió a su encuentro y Juan le regaló sus sandalias, le cargó sobre sus hombros y el Niño, abriendo una granada, le dijo señalando proféticamente su futuro: “Mira Juan de Dios, Granada será tu cruz y por ella verás la gloria de Jesús”. Y dicho esto desapareció. Esta tradición le encantaba al papa Juan XXIII, que respetaba las tradiciones populares; le agradaba ver repetida en Juan de Dios la leyenda de san Cristóbal. Juan, como librero y catequista, se insertó en el movimiento contemporáneo de renovación de la catequesis; el anuncio de la buena nueva, en forma de catequesis popular y accesible a un pueblo, en su inmensa mayoría analfabeto, fue una de las actividades del laico Juan, antes, incluso, de iniciar la fundación de la Hospitalidad. Por eso es una herencia que dejó a sus seguidores.

Cercana la Navidad de 1533, Juan llegó a Granada. Era un lugar bullicioso, hervidero de razas, encrucijada de culturas y creencias, paso obligado de los comerciantes, aventureros y pillos que deseaban partir hacia las lejanas tierras descubiertas por Colón.

Puso tienda en la Puerta Elvira, donde estuvo ejercitando su oficio de librero. Juan cambió de vida, y así, el 20 de enero de 1534, Granada hacía una fiesta en la ermita de los Mártires, en lo alto de la ciudad, frente a la Alhambra, en honor de san Sebastián. Predicaba un excelente varón, maestro en Teología, llamado el maestro Juan de Ávila. Sabía transmitir la palabra de Dios, certera y penetrante. Fue a escucharle mucha gente y, entre ellos, Juan.

San Juan de Ávila destacó en el sermón el ejemplo del mártir, por haber padecido tantos tormentos, ejemplo para los cristianos; acabado el sermón, Juan salió de allí, transformado y decidido a emprender nuevo estado, dando voces, pidiendo a Dios misericordia, arrojándose por el suelo, lastimándose y haciendo duras penitencias. Los muchachos corrían detrás de él dándole gritos: “¡Al loco, al loco!”.

Juan fue a su tienda, distribuyó los libros y las imágenes; se desnudó de sus bienes temporales y se quedó sólo vestido con una camisa y unos zaragüelles, para cubrir su desnudez. Así anduvo descalzo y descaperuzado por las calles de Granada, queriendo, desnudo, seguir a Jesucristo. Gritaba: “¡Misericordia, misericordia Señor, de este grande pecador!”.

Le creyeron loco por toda Granada. Lo llevaron ante el padre Juan de Ávila, quien le escuchó atento y paciente. Juan se comportó como cordero manso, pacífico, contenido, en silencio, roto sólo a ráfagas. Le relató su vida, sus vanidades, ensueños, desesperaciones, trabajos, persecuciones, fracasos; con serenidad, confesó sus pecados, con grandes muestras de contrición. Le rogó al maestro que lo aceptara por discípulo, como director espiritual. El maestro no puso reparos al comportamiento alarmante de las locuras de Juan. Lo admitió por hijo de confesión. Sería desde ese momento su principal consejero. Le levantó el ánimo y salió de allí con su bendición.

Siguió haciendo duras penitencias y excentricidades, quedándose sin fuerzas, al comer poco, contento de sufrir y padecer por Jesucristo. Lo llevaron al Hospital Real, donde curaban a los locos. Venía muy maltratado, lleno de heridas y cardenales de los golpes y pedradas. Lo curaron y procuraron hacerle algún regalo.

Juan vio cómo maltrataban a los enfermos. Denunció los malos tratos. Les recriminó su dureza, salió en favor de los derechos del enfermo. El maestro Ávila mandó a un discípulo suyo, quien le animó a sufrir todo por Jesucristo. Su estancia en el Hospital Real no fue larga. Recuperadas sus fuerzas fue dado de alta.

Más tarde, visitando el Hospital Real el 16 de mayo de 1539, vio pasar el cadáver de la emperatriz Isabel, mujer de Carlos V, que la traían a enterrar a Granada.

Escuchó el sermón de Juan de Ávila, que logró la conversión de Francisco de Borja y se conocieron los tres.

Del Hospital Real, Juan se dirigió a Montilla para visitar al padre Ávila. Permaneció algunos días con él, trataron de su vocación hospitalaria y futuro y lo encaminó para que visitara el famoso monasterio de Guadalupe, donde había un buen hospital, farmacia y albergue de peregrinos.

Se puso en camino y se hospedó en los hospitales o albergues de peregrinos. Era una buena escuela donde aprender la hospitalidad y profesionalidad enfermerística. En el monasterio fue bien recibido por los monjes y el prior, y allí adquirió conocimientos de enfermería durante un tiempo, que luego puso en práctica.

Era muy devoto de la Santísima Virgen y en una visión ante la venerada imagen de Guadalupe, vio que la Virgen le entregaba el Niño Jesús y le decía: “Juan, viste a Jesús para que aprendas a vestir a los pobres”.

Esta visita le imprimió carácter especial, fue su noviciado hospitalario, que lo ejerció como donado; de aprendiz de enfermero a fundador de un hospital. Salió con una orientación bastante buena para comenzar su obra hospitalaria en Granada.

 De Guadalupe regresó a Baeza donde estaba el padre Ávila, lo recibió con amor, llevó otra forma de portarse. Le dio los últimos consejos, instrucciones, personas a las que dirigirse, le nombró como confesor al padre Portillo y de mutuo acuerdo, regresó a Granada, a “donde fuiste llamado del Señor”. Juan se puso en camino para poner en marcha el nuevo hospital.

Había en Granada diez hospitales, todos con pocas camas. Juan analizó la marginación que le rodeaba: esclavitud y pobreza; enfermos y peregrinos; manada de mendigos y una porción de poderosos; la mendicidad y las famosas “células” para ciegos y vergonzantes; los poderosos que vivían bien y los desheredados de la sociedad con la mendicidad: mendigos y expósitos.

Los verdaderos marginados: el hampa, los pobres y los pícaros; las rameras, los gitanos, los cautivos y los galeotes, los criados y mendigos vagabundos. Juan conoció este ambiente, supo intuir los signos de los tiempos y, siguiendo el evangelio de la misericordia, se entregó a él dándole una respuesta adecuada.

Juan realizó cinco fundaciones hospitalarias, cuatro en Granada y una en Toledo. La primera la realizó a finales de 1534. Alquiló una casa-albergue en la zona de la Pescadería, que pronto se le quedó pequeña, pues en ella recogía a los que veía tendidos en los soportales y a tantos pobres desamparados, harapientos, maltratados de la vida.

Comenzó la tarea como hermano hospitalario: lavar los platos y escudillas, fregar las ollas, barrer, limpiar, ordenar la casa y traer agua, las labores diarias y domésticas, y lo hacía solo. Para ello introdujo la novedad de pedir limosna y víveres al anochecer por las calles de Granada, gritando: “Haced bien por amor de Dios, hermanos míos”. Se hizo pobre con los pobres e impactó con la novedad de la caridad hospitalaria en el pueblo y la ejercitó con alegría. Fue el cimiento de la futura Fraternidad Hospitalaria.

La segunda fundación fue en 1535 con el primer hospital en la calle de Lucena. Eran tantos los que acudían a su albergue que tuvo que alquilar otra casa más grande para poder acogerlos. Pronto se corrió por Granada lo bien que eran acogidos y cómo los trataba con tanta caridad. Juan tenía más experiencia y comenzó el bosquejo de la nueva Hospitalidad: por los cuerpos a las almas; curando los cuerpos y sanando las almas con estilo directo, con amor y entrega desde la misma pobreza compartida.

Lo hizo bajo el consejo del padre Portillo, que fue hasta su muerte su consejero y confesor. Su nuevo hospital fue casa de Dios, abierto siempre a la misericordia, a todos los pobres y enfermos, sin necesidad de papeleo. En esta casa había más orden y concierto. Armó algunas camas para los más dolientes y trajo enfermeros que le ayudasen a servirles, mientras iba a buscarles limosnas y medicinas para que se curasen. Viendo lo bien que eran tratados, acudían cada día más menesterosos.

Eran fundaciones intuitivas, como labor social, humanitaria y carismática, dando respuesta a los signos de los tiempos. Este estilo y labor de Juan conmovió a Granada, que se admiró de la capacidad de aquel hombre pobre y sencillo, quien, desde la nada, mantenía diariamente a cuantos pobres y enfermos llegaban a su hospital o él mismo encontraba por las calles y los ayudaba. Otra gran novedad: Juan se convirtió en el iniciador del voluntariado, pues se sumaron a él personas voluntarias: médicos, enfermeros, instituciones, personas devotas que le ayudaban. Con silencio y eficacia fue el gran reformador del siglo de los hospitales.

Juan era un laico comprometido en la caridad, que daba comida, bebida, vestido, acogida, cuidados sanitarios y médicos a los pobres y enfermos. Su ministerio fue apreciado, valorado y no pasó inadvertido. El presidente de la Chancillería de Granada, Ramiro de Fuenleal, obispo de Tuy se interesó por su labor social, evangélica y apostólica. Le dio el nombre definitivo: Juan de Dios. Desde ese día fue un verdadero religioso consagrado laico.

El obispo, al cambiarle el nombre y darle un hábito, le confirmó como fundador y, con ello, dio comienzo a la Fraternidad Hospitalaria. Luego diría de él san Pío V en 1571 al aprobarla: “Por ser Juan de Dios, el Fundador y Primero de su Fraternidad y Hospital”. Así se le abrieron las puertas y bolsillos de los señores de Granada al santo limosnero.

Una vez más en la historia surgió primero servir, luego nacer, la acción carismática y luego la aprobación.

Todo ello llevó un tiempo para encontrar forma jurídica. El proceso fue arduo, progresivo, con muchas dificultades al ser “religiosos laicos”. Era una obra pía, lugar de oración y caridad, que interesaba igualmente al ámbito eclesiástico y al civil. Ambas autoridades pretendían ejercitar su jurisdicción sobre ella.

Fuera civil o eclesiástico el origen del hospital, como obra pía, quedaba sujeto a la visita de la autoridad eclesiástica, dentro de las circunstancias previstas por el Concilio de Trento. En todo caso, el visitador ejercía su autoridad en el foro penitencial, culto de Dios, no en las materias económicas.

Juan de Dios, metido de lleno en el servicio hospitalario, por el año 1535, comenzó a recibir a sus primeros compañeros: Antón Martín y Pedro Velasco, a quienes dio el hábito hospitalario. Luego fueron llegando Simón de Ávila, Domingo Piola, Juan García, Fernando Núñez y los hermanos Sebastián, Diego y Alonso Retíngano. Con ellos Juan de Dios compartió el carisma fundacional de la caridad y hospitalidad.

Los dos primeros hermanos, Antón y Pedro, fueron vidas señeras en el futuro de la Fraternidad Hospitalaria, como cofundadores de la misma que tanto le ayudaron en los inicios difíciles de la incipiente obra hospitalaria. Ejercieron la hospitalidad a ejemplo e imitación como lo hizo su fundador. Con su forma de vida pretendió hacer un proyecto de comunidad sin fronteras. Fruto de la misma obra es hoy la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios.

Juan de Dios realizó la tercera fundación: el hospital de la calle Gomeles. Dado que ya no cabían los enfermos en el hospital de Lucena, sus bienhechores le compraron una casa más grande en la calle de los Gomeles. Pudo hacer el traslado de los enfermos en 1536 o 1537. Le ayudaron en esta tarea los hermanos Antón Martín y Pedro Velasco. Hizo de este hospital general una “casa de Dios”. El fundador escribió a Gutierre Lasso que en ella recibía sin distinción “enfermos que aquí se encuentran tullidos, mancos, leprosos, mudos, locos, paralíticos, tiñosos y otros muy viejos, y muchos niños; y esto sin contar otros muchos peregrinos y viandantes, que aquí acuden, a los cuales se les da fuego, agua, sal y vasijas para guisar de comer”. El santo recuerda que “para ello no hay renta, mas Jesucristo lo prevé todo”. Se sabe un poco de sus gastos por sus cartas: “Pues no pasa día en que no sean necesarios, para el abastecimiento de la casa, cuatro ducados y medio, y a veces cinco; y esto solo de pan, carne, gallinas y leña, porque las medicinas y los vestidos son otro gasto aparte”.

Juan de Dios por este motivo se “encuentra siempre empeñado y entrampado, solo por Jesucristo”, y añade: “ya que debo más de doscientos ducados de camisas, capotes, zapatos, sábanas y mantas y de otras muchas cosas que son necesarias en esta casa de Dios; y de la crianza de niños que aquí abandonan”. Siempre le apoyaron los arzobispos de Granada, tanto Fernando Niño de Guevara, como el caritativo y santo Pedro Guerrero. Lo hacía con su auxilio y bendición, trabajaba para el servicio de la Iglesia y con su autorización.

Juan de Dios seguía con los hermanos su trabajo diario con profesionalidad y caridad.

Hizo la cuarta fundación: el tercer hospital en el convento viejo de San Jerónimo. Le regalaron los terrenos, le apoyaron el arzobispo Pedro Guerrero y san Juan de Ávila, y él mismo predicó sermones, recogió limosnas y comenzó las obras del que es hasta hoy día el Hospital de San Juan de Dios en Granada. No las vio finalizadas en vida. El traslado del Hospital de Gomeles al nuevo se realizó el 14 de agosto de 1553.

Era un hospital general, con la nueva impronta de su genialidad hospitalaria y profesional, donde colocó a los enfermos por especialidades, separó a los hombres y a las mujeres, contó con un voluntariado desinteresado de médicos, enfermeros, auxiliares, colaboradores administrativos, sacerdotes, religiosos y bienhechores que fueron su apoyo. En 1548 hizo la quinta fundación: abrió un albergue, igual al de Granada, en Toledo, y mandó allí al hermano Fernando Núñez.

Con ello comenzó a extenderse la Fraternidad Hospitalaria. Tienen a Juan de Dios como fundador y es su ejemplo y luz de la Hospitalidad.

En 1548, lleno de deudas, viajó a Valladolid y se entrevistó con Felipe II, todavía príncipe regente, el cual le recibió, le escuchó, se interesó por su obra y le socorrió con generosidad, al igual que lo hicieron sus hermanas las princesas de España. Le entregó varios memoriales interesándose siempre por los pobres. Fue un viaje de ida y vuelta muy duro, acompañado por el hermano Pedro Velasco. Dejó en Granada como superior al hermano Antón Martín, que fue un magnífico hospitalario y gestor.

Todo lo que le daban lo repartía a los pobres de Valladolid. El hermano Pedro le recordó el objetivo del viaje, que era recoger limosnas para el hospital de Granada, y el santo le respondió: “Hermano, darlo acá, o darlo allá, todo es darlo por Dios, que está en todo lugar, y donde quiera que haya necesidad, debe ser socorrida”. Para llegar a Granada con limosnas tuvieron la buena idea de darle “cédulas de pago” para que las pudiera cobrar en Granada. Regresaron descalzos y a pie; Juan llegó muy cansado y enfermo. Este viaje tan duro marcó su salud.

La grandeza de espíritu de Juan de Dios se manifestó en el ejercicio de todas las virtudes. Así, su amor pudo más que el fuego cuando ayudó a apagarlo en el incendio del Hospital Real de Granada, sacando a todos los enfermos del mismo y librándolos de una muerte segura. Así lo reconoce la Iglesia en la liturgia de su fiesta. Fue en pleno invierno de 1549 a socorrer a un joven que se estaba ahogando en el río Genil y contrajo la que sería su última enfermedad y causa de su muerte.

Juan de Dios cayó gravemente enfermo, le metieron en cama, rendido y enfermo, entre el dolor de los hermanos y enfermos que intuían lo peor. Todo el Hospital se revolucionó. La fiebre no remitía a pesar de los remedios que le aplicaban. En este estado, aún quería salir a pedir limosna para los suyos, seguir dialogando con los infortunados de la vida que siempre le esperaban. Eran muchos los que se interesaban por su salud, tanto los pobres como el resto de la ciudad.

Desde el lecho del dolor, Juan de Dios recomendaba a los hermanos de la comunidad que a nadie faltase nada, que todo siguiera su ritmo y no se alterase el orden normal del programa del Hospital. Esta es una de las grandezas de la hospitalidad hospitalaria: el enfermo era el centro y corazón del hospital para Juan de Dios y los hermanos.

Muy enfermo, le visitó su amigo y arzobispo Pedro Guerrero, lo confortó, lo consoló y le dijo las cosas que habían llegado a él: “He sabido como en vuestro hospital se recogen hombres y mujeres de mal ejemplo y que son perjudiciales y que os da mucho trabajo a vos propio su mala crianza por tanto despedidlos luego, y limpiad el hospital de semejantes personas, porque los pobres que quedaren vivan en paz y quietud y vos no seáis tan afligido y maltratado de ellos”.

Juan de Dios estuvo muy atento a todo lo que le dijo y le contestó con humildad y mansedumbre: “Padre mío y buen Prelado, yo solo soy malo y el incorregible y sin provecho, que merezco ser rechazado de la casa de Dios y los pobres que están en el Hospital son buenos y sobre todos tiende el sol cada día, no será razón echar a los desamparados y afligidos de su propia casa”. Convenció al arzobispo su respuesta y éste lo dejó en paz y le dio licencia para que hiciera el bien hasta el fin de su vida.

Viendo Juan de Dios su estado, arregló sus cuentas, tomó un libro y puso en orden las deudas y a todos pagó. Hizo dos libros, uno lo dejó en su pecho y otro lo mandó al Hospital. Todavía envió sus últimas cédulas de caridad a los pobres y enfermos. Estaba muy bien atendido en el hospital por todos los hermanos, rodeado de los pobres, que eran sus mejores joyas, su gloria y su preocupación. Le visitó Ana Osorio, mujer de mucha caridad, que vivía en el veinticuatro de García de Pisa, la cual, viendo su estado, llena de amor misericordioso, lo quiso llevar a su casa para atenderlo y curarlo. Juan de Dios no consintió dejar el Hospital ni abandonar a los enfermos y pobres, sino que deseaba morir en él y ser enterrado allí.

Como se agravaba su enfermedad, los señores de Pisa vinieron a buscarlo para llevárselo a su casa. Al fin lo convencieron diciéndole que si él había predicado a todos la obediencia, debía obedecer ahora a lo que con tanta razón pedían por amor de Dios. Fiel hijo de la Iglesia, obediente en todo momento, humildemente lo aceptó y con gran pesar lo llevaron en una silla. Cuando supieron los pobres que lo querían llevar, los que pudieron se levantaron y le cercaron —porque le tenían gran amor— y con gemidos y lágrimas comenzaron a dar alaridos, todos llorando.

Por consejo de los médicos, se metió en la cama, doña Ana le había preparado la habitación con la dignidad de un siervo de Dios, con ropa adecuada que le hizo cambiar, atendiéndole con fina hospitalidad y cuidado. La gente principal de Granada lo visitó.

También el arzobispo Pedro Guerrero lo confortó con santas palabras y le administró los sacramentos de la penitencia, unción de los enfermos y le llevó el viático. Y le animó para el último camino hacia la eternidad. Le preguntó que si tenía algo que le diese la pena, se lo dijese, porque pudiendo él lo realizaría. El respondió: “Padre mío y buen Pastor, tres cosas me dan cuidado. La una lo poco que he servido a nuestro Señor habiendo recibido tanto. Y la otra los pobres, que le encargo y gentes que han salido de pecado y mala vida y los vergonzantes. Y la otra estas deudas que debo, que he hecho por Jesucristo”. Y le puso en la mano el libro en que estaban asentadas. El prelado respondió: “Hermano mío, a lo que decís que no habéis servido a nuestro Señor, confiad en su misericordia, pues suplirá con los méritos de su pasión lo que en vos ha faltado. Y en lo de los pobres, yo los recibo, y tomo a mi cargo, como soy obligado. En cuanto a las deudas, las tomo a mi cargo para pagarlas. Y yo os prometo de hacerlo como vos mismo. Por tanto, sosegaos y nada os dé pena, sino sólo atended a vuestra salud y encomendaos a nuestro Señor”. Luego le dio su bendición y se fue.

Juan de Dios mandó llamar al hermano Antón Martín, al que dejó como hermano mayor y sucesor. Le encargó mucho el cuidado a los pobres, los huérfanos, los vergonzantes y de la Fraternidad Hospitalaria, amonestándole con santas palabras. Sintiendo que llegaba su último momento, se levantó de la cama, se puso en el suelo de rodillas, donde estuvo un poco callado y, luego, abrazándose a un crucifijo, exclamó: “Jesús, Jesús, entre tus manos me encomiendo”. Diciendo esto, murió. Tenía cincuenta y cinco años. Permaneció en este estado varias horas, sin caerse. Así lo quitaron para amortajarlo. Ocurrió su muerte a la entrada del sábado, media hora después de maitines, el 8 de marzo de 1550. Estuvieron presentes en su muerte muchas personas principales y cuatro sacerdotes. Todos quedaron admirados y dieron gracias a Dios por tan dulce y santa muerte. La noticia corrió veloz y Granada lloró su muerte. Pronto, sin cesar hasta su entierro, se dijeron misas y responsos por los frailes y clérigos de la ciudad.

Los hermanos prepararon el funeral, que fue presidido por el arzobispo Pedro Guerrero. El entierro fue un acontecimiento, una procesión solemne y silenciosa jamás vista en Granada. Todos los estamentos estuvieron presentes y su cuerpo fue depositado en la cripta en la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria de los padres Mínimos de Granada, y allí permaneció hasta 1614 en que fue depositado en la iglesia de su hospital, hoy de San Juan de Dios. Su fama de santidad se extendió pronto por todo el mundo.

Fue beatificado por Urbano VIII el 7 de septiembre de 1630. El papa Alejandro VIII lo canonizó el 16 de octubre de 1690. Tanto por su beatificación como por su posterior canonización lo celebraron en todas las ciudades en donde había hospitales con gran solemnidad y actos culturales y religiosos, especialmente en Granada. El papa León XIII, el 22 de junio de 1886, le nombró patrono de los enfermos, colocando su nombre en la letanía de los agonizantes.

Pío XI, el 28 de agosto de 1930, le nombró patrono de los enfermeros y de cuantos se dedican a la asistencia de los enfermos. Pío XII se dignó nombrarle copatrón de Granada, el 6 de marzo de 1940.

La fundación de su obra, la Fraternidad Hospitalaria, fue aprobada por san Pío V, el 5 de septiembre de 1571, con estas palabras: “Esta era la flor que faltaba en el jardín de la Iglesia”.

Esta aprobación se hizo con la bula Salvatoris nostri y fue confirmada el 1 de enero de 1572 con la Licet ex debito. Sixto V la elevó a orden religiosa con la bula Etsi pro debito, el 1 de octubre de 1586. Clemente VIII la redujo a congregación el 13 de febrero de 1592 con la bula Ex omnibus. Pablo V, con el breve Romanus Pontifex, el 16 de marzo de 1619, la elevó definitivamente como Orden Hospitalaria de San Juan de Dios.