A VINO NUEVO, ODRES NUEVOS

Un mensaje trasnochado e incoherente respecto a los avances científicos y técnicos, por muy espiritual y religioso que pretenda ser, acabará en la bolsa de basura sin posibilidad de reciclaje alguno. Así nos dicen algunas personas con las que intercambiamos nuestra condición de creyentes. Consideran que somos creyentes de un cúmulo de verdades irreales y supersticiosas que dañan más que ayudan en el momento presente. Y, lo peor es que algunos creyentes se lo creen y callan su identidad religiosa en público para ser considerados personas “actuales” y no reliquias del pasado.

¿Y si lo viejo no fuera el vino sino los odres? ¿Y si el mensaje de Jesús siguiera teniendo un potencial transformador y dador de sentido impresionante? ¿Y si el problema estuviera en quienes lo oyen y que han sido catequizados por posturas diametralmente opuestas al perdón y la compasión, a la fraternidad universal o la capacidad de entrega generosa al bien del prójimo? ¿Y si el problema estuviera en la cultura que nos domina y no en la noticia nueva y buena que se anuncia?

El individualismo desvinculado que domina esta sociedad y la incapacita para imaginar que el otro es parte de nuestra identidad y sentido. No es culpa del mensaje, sino del que lo escucha. Habrá que generar preguntas que merezcan esta respuesta. El mejor de los vinos posibles se corromperá en un continente inadecuado. Nadie descorcha una botella que ha estado durmiendo la espera en su bodega años y años para aderezar un mojo. Bueno, eso de “nadie” es una exageración, porque alguna situación al respecto conozco. A vino nuevo, odres nuevos; o mejor, busquemos odres nuevos para este sabroso vino nuevo y siempre joven que sorprende al que lo busca.

¿Cómo fabricar odres nuevos en este tiempo presente? Tal vez si lo intentamos, en este próximo adviento que prepara y preanuncia la Navidad, al ver nacer la buena noticia en un pesebre -vino bueno y el mejor- podríamos ofrecerle de verdad, además del zurrón y la pandereta, un odre nuevo. Cuatro ideas:

1.- Superar el hedonismo insolidario que piensa el mundo a nuestra imagen. Si solo el paladar es criterio de verdad, el ombligo aparece como la clave de discernimiento. ¿Cómo custodiar dolores ajenos en un odre tan estrecho?

2.- Dejar de tolerar lo intolerable superando el relativismo ciego. Si nada es intolerable, todo vale; y si vale todo, nada tiene valor. Se tolera a las personas, pero no tenemos que tolerar toda idea que, no tiene por qué ser verdadera.

3.- Reconocer el valor fundamental de la persona, por encima de todo lo demás. Nada precede a una persona.

4.- Inmunizar nuestra mente de la mentira desacostumbrándonos a manipular. Si nos gobiernan las mentiras, se siembra la desconfianza. Y esa semilla crece en la planta del conflicto y sus frutos no son la paz.

Este odre necesario, evidentemente, tiene mucho del vino nuevo.

Juan Pedro Rivero González