SOBRE LA NECESIDAD DEL ADVIENTO

Es necesario estar muy atentos a este Adviento 2023 porque es el más corto de todos los Advientos posibles, puesto que el 24 de diciembre coincide con el cuarto domingo y, de este modo, la última semana ¡queda reducida a unas horas!

Es urgente, por ello y más que nunca, estar despiertos, preparados, vigilantes, como nos invitan los evangelios en este tiempo, para que el Adviento no pase sin darnos cuenta y la navidad nos pille despistados.

El Adviento es un tiempo amenazado. Cada vez más percibo un peligro creciente de olvidarlo, pasar por encima de él en un intento forzoso, e impuesto desde fuera, por adelantar la Navidad.

Ya están puestas las luces de nuestras ciudades, se oye música de villancicos por todos lados, los anuncios comerciales proponen multitud de ofertas para festejar este tiempo y, estrenando el mes de diciembre, las agendas están bloqueadas con cenas y comidas pero… ¿Ha empezado ya la Navidad?

La realidad es que pocos, muy pocos, saben qué se celebra y, por eso, cada vez más hay quienes se resisten a hacer fiesta sin motivo, sin saber bien por qué, y sienten un cierto disgusto ante estas celebraciones «obligatorias», porque estar contento a la fuerza es algo irritante. Este malestar nos afecta, incluso, a los creyentes porque la falta de preparación, de espera, de deseo ante una navidad sobrevenida nos impide gustar y saborear el don recibido, como cuando uno está empachado y pierde la capacidad de disfrutar, hastiado de tanto. A esto se referían los evangelios de estos días previos al inicio del Adviento: «Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día» (Lc 21,34).

Por lo tanto, la espera y la preparación ante lo que nos llega es fundamental. Es importante cuidar la víspera. Ella nos prepara para la acogida, nos ordena y agranda los espacios interiores a través del deseo que nos capacita para recibir, gozar y agradecer el don.

El Adviento nos introduce en el arte de la paciencia, de la vigilancia y de la acogida, en medio de nuestro mundo donde todo es inmediato, rápido y, por ello, considerado evidente, es decir, donde no hay lugar para la sorpresa, el asombro, la gratitud y la fiesta.

La paciencia es incómoda porque supone aceptar un vacío. Primero, por tanto, hay que tomar conciencia de que somos seres «de deseo». Es decir, que estamos incompletos y hechos para algo más grande que nosotros mismos. Hay un hueco profundo en el corazón humano que permanece a pesar de todo cuanto tenemos y compramos y devoramos. Cuando aceptamos vivir con este vacío y, aún más, cuando aceptamos no satisfacerlo de inmediato, no distraerlo, no engañarlo… entonces, el deseo duele, se convierte en gemido, es como un pellizco de hambre que se agranda y, en positivo, nos ensancha por dentro, nos dilata, nos convierte en seres de esperanza.

Este es el sentido de la austeridad que caracteriza el Adviento donde se invita a un cierto ayuno que favorece el despertar del deseo. Ligeros por no poseer, por no acaparar, por renunciar a tapar el hondón del alma que busca una dicha que aún no tiene, la mirada del corazón se levanta hacia el horizonte y esto nos pone en camino: «Poneos en pie y alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28). La paciencia, entonces, no paraliza, no nos deja quietos ni nos adormece, sino al contrario, es lo que hace del ser humano pura capacidad.

De la paciencia se pasa a la vigilancia. Durante la espera, en la vigilia de día y de noche, la sed y el hambre agudizan los sentidos y el anhelo permite reconocer al que llega desde lejos, verlo en la noche, distinguir sus movimientos entre la multitud. La vigilancia es un rasgo del amor que ve más allá: ubi amor, ibi oculus. El amor ilumina el camino y el que vela, reconoce y grita, corre, salta de gozo cuando distingue al que ama, al que anhela su corazón.

Todo se vuelve don y la forma de recibir este don se llama acogida, recepción, gratitud… en definitiva, María. Lo esperado, lo deseado, lo no conquistado ni comprado, lo que viene después de una larga espera y no puede ser exigido, sino solo agradecido y abrazado como respuesta divina a los deseos más íntimos de felicidad y bien se nos da en el Hijo de Dios hecho hombre que visita nuestra existencia y la colma con su presencia.

Entonces, sí, después de este camino, podemos celebrar la Navidad.

Carolina Blázquez OSA

Revista Ecclesia